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El baño de vapor o hammâm en la sociedad cristiana

El baño de vapor o hammâm en la sociedad cristiana

"Suàvem tan bé com si fóssem en un bany". Esta expresión, puesta dos veces en boca del rey Jaime I para describir su estado en noches de insomnio y preocupaciones graves (Llibre dels feits, caps. 237 y 363) no ha pasado inadvertida a los estudiosos del baño medieval en tierras cristianas. Torres Balbás afirmaba que "aparte del baño en cubas, tinas o bañeras, practicado en todo tiempo... los monarcas se bañaban en baños de vapor según la moda islámica", recordando asimismo el pasaje de la Primera Crónica general donde se dice que las tropas castellanas sitiadoras de Sevilla, en 1248, sudaban "como sy en banno estoviesen". Tal y como advierte Burns, "sudar como en un baño" tiene todo el aspecto de constituir una frase hecha en los reinos hispánicos del siglo XIII.

El hammâm o baño de vapor "árabe" era, en efecto, la forma usual adoptada por los baños públicos en los reinos hispánicos medievales. Además, no sólo tuvo una perduración que rebasó, a veces en mucho, la presencia de comunidades musulmanas en los reinos o regiones donde se asimiló, sino que llegó a difundirse, incluso, en zonas del norte peninsular que no formaron parte de al-Andalus.

Los documentos de archivo del reino de Valencia, normalmente muy posteriores a la fecha de la conquista, nos permiten esbozar, para los baños públicos, una descripción coincidente con la referida al hammâm en los estudios clásicos de arquitectura islámica. El edificio consiste, esencialmente, en tres habitaciones abovedadas, la sala fría, la templada y la caliente. La mayor suele ser la templada, que puede estar cubierta por una cúpula apeada en arquerías de columnas, con alcobas en sus extremos laterales. La sala caliente, por su parte, es contigua a la caldera, a cuya boca se accede por una obertura que permite tomar de la misma agua en ebullición; el aire caliente producido por el fuego de la caldera se expande, a través de un hipocausto o cámara de poca altura, bajo el suelo de la sala, y luego asciende por el interior de los muros que limitan con la sala templada a través de unas chimeneas denominadas "escalfadors". La fábrica es de muros sólidos y muy gruesos para resistir la humedad y mantener el calor, sin más oberturas que las de las pequeñas puertas de tránsito y unas pequeñas lucernas estrelladas horadadas en las bóvedas y tapadas con vidrios de colores. Habitualmente a este conjunto, o baño propiamente dicho, se agregaba un salón con funciones de vestíbulo o lugar de reposo, además de los locales de servicio, como la sala de la caldera y el depósito de leña.

Es un esquema arquitectónico congruente con un procedimiento específico de baño. El cliente del hammâm, una vez se desnuda en el vestíbulo, va acostumbrándose a una atmósfera progresivamente más cálida y húmeda a través de las sucesivas salas, hasta llegar a la caliente, donde se produce un intenso proceso de exudación y humefacción de la piel, exacerbado por el vapor que se produce al arrojarse cubos de agua sobre el suelo ardiente por efecto del hipocausto. Tras esta experiencia, el bañista puede acomodarse en la sala central o templada –la más espaciosa de todas– y proceder a efectuar abluciones con agua atemperada a su gusto, frotándose o haciéndose frotar la piel entretanto. La sala primera cumple una función aclimatadora, tanto a la entrada como a la salida, y es el lugar donde se obtiene el agua fría para mezclar con la procedente de la caldera.

Hace ya bastante tiempo, Torres Balbás incidió en la igualdad del esquema arquitectónico articulado en tres salas, tanto en los baños de al- Andalus como en los de los reinos cristianos, con independencia de sus usuarios, musulmanes, judíos o cristianos. De este hecho podían derivarse problemas de identificación según casos. Las excepciones a la regla son pocas. El miqwè judío o baño de inmersión ritual es una de ellas; los baños termales constituyen la otra.

Conocemos la atención prestada al baño terapéutico, sobre todo, a partir de las recomendaciones formuladas por Arnau de Vilanova en su tratado De regimini sanitatis, escrito a instancias de Jaime II. Estas normas, dice Rubió, confirman la certera intuición que los historiadores de la medicina atribuyen a Vilanova en materia de higiene, pero –añade Rubió– "no nos explican la boga extraordinaria que tienen los baños en las costumbres españolas medievales y prescinden por completo del interés que las casas de baños tienen como centros de reunión". Un interés que, como hemos dicho, trascendió las fronteras de al-Andalus y permitió la difusión del hammâm por todo el ámbito peninsular.

En uno de sus trabajos, Torres Balbás ha llegado a afirmar lo siguiente:
"Tal vez sea la difusión extremada de la limpieza corporal, con la práctica frecuente del baño y la profusión de edificios destinados a ese fin, uno de los hechos más expresivos del influjo de la vida islámica sobre la sociedad cristiana española. Pues no sólo había baños en las ciudades conquistadas a los musulmanes..., sino también en otras urbes septentrionales, sin antecedentes islámicos".

No sabemos, sin embargo, en qué momento se produjo esta adopción. Para el mencionado autor los más antiguos baños "mudéjares" o hammâm-s en tierras cristianas los construyó Alfonso III (866- 911) en Zamora, sobre el Duero, posiblemente a causa de la inmigración de mozárabes toledanos, familiarizados ya con este tipo de establecimientos. Ahora bien, no es sino a partir del siglo XII, tras la conquista de Toledo y el valle del Ebro, cuando empiezan a hacerse frecuentes las menciones a baños en ciudades castellanas y aragonesas.

La construcción de baños de vapor en la Cataluña vieja también ha llamado la atención de los investigadores. Es el caso de los Banys Nous de Barcelona, construidos según parece en 1160.

El edificio perduró, aunque hoy ya no existe, y fue objeto de detalladas descripciones de los siglos XVIII y XIX reunidas por Carreras Candí. Estas relaciones mencionan claramente elementos como la sala caliente o "sudadero", el "cuadrilátero" de la sala templada con sus alcobas, las bóvedas, columnas, cúpula y lucernas estrelladas.

Sí que se ha conservado hasta nuestros días el baño de Girona, significativamente conocido durante mucho tiempo con el imposible apelativo de "Banys Árabs". Construido de nueva planta, efectivamente, en el siglo XII (la primera mención es de 1194) fue reedificado en 1294 a causa de su destrucción durante el asedio francés de pocos años antes. Puig i Cadafalch distinguía en el mismo edificio una gran sala fría y tres estancias dedicadas al baño caliente de vapor. No obstante, la denominada "gran sala freda" responde funcionalmente al vestíbulo, con su característica linterna y su estanque central, apreciándose precisamente "tres ninxols on els concurrents deixaven llurs capes i calçat", al decir del autor. Son las tres sucesivas estancias rectangulares situadas a la izquierda de ésta las verdaderas salas del baño –fría, templada y caliente–, como se advierte en el espesor de sus muros, su forma y disposición. Para Puig i Cadafalch este monumento representa "el fet interessant de construir-se edificis de banys per mans cristianes a l'estil dels banys morescos".

En los espacios arrebatados a al-Andalus, se reaprovechan en parte los baños preexistentes y se construyen otros nuevos siguiendo el mismo esquema. En el primer caso, la rehabilitación es más o menos intensa según el estado del baño. Torres Balbás recuerda que, en 1254, Alfonso X autorizó a las monjas de San Clemente de Toledo para que reconstruyesen un baño de los judíos de Toledo, habiéndose conservado el documento, escrito en árabe, con las cláusulas que describen minuciosamente las obras a realizar, y en las que se comprueba que la disposición del baño era la habitual del hammâm. En el caso del reino de Valencia, se advierten algunas referencias específicas a reutilizaciones: del baño, antes mencionado, que tiene Bernat de Llibià en su real de Russafa (1308), por ejemplo, se dice que es iam olim constructa et edificata, aunque nada garantiza que su antigüedad se remonte a la época anterior a la conquista. También en la ciudad de Xàtiva pueden hallarse muestras claras de reacondicionamiento de baños antiguos, como el de Pere Trilles en 1283 (aptetis et aptari faciaris ipsa balnea), el de la morería en 1292 (faciatis reparari), el de Joan Aliaga y Jaquet de Lió en 1298 y 1308 (ad rehedificandum) y el de Guillem Ricard que en 1307 vende a Ramón Pons la mitad pro indiviso de un baño situado junto a la puerta de Cocentaina, en el arrabal de Benicabra. El baño en cuestión tenía su origen en época islámica (proud antiquitus tempores sarracenorum erat asuetum) y se encontraba en un estado ruinoso (cum solis, voltis que ibi sunt vel erum et parietibus superpositis firmamentis).

Pero ahora nos interesa, sobre todo, el fenómeno de los baños cristianos de nueva planta. Ya hemos visto el caso de la ciudad de Valencia. Lo que debería añadirse ahora es que no se trata, en absoluto, de un caso particular. En el mismo reino, y en la misma época que coincide con el reinado de Jaime II, podemos encontrar referencias documentales sobre construcción de baños nuevos en numerosas villas, como –sin entrar al detalle de la cita concreta– Xàtiva, Gandia y Morvedre, o en lugares como Manises y la Vall d'Uixó. Los ejemplos valencianos, como puede verse, son tan claros y abundates que, antes de Torres Balbás y aun de Puig i Cadaflach, en 1935 Sanchis Sivera podía afirmar que los conquistadores de Valencia "construyeron edificios para uso de los cristianos al estilo de los baños moros".

La reproducción del hammâm en la sociedad cristiano-feudal de los reinos ibéricos es, en definitiva, un fenómeno ampliamente documentado y sin discusión posible. No obstante, cabe preguntarse qué sucedía más allá de los Pirineos. Dejando aparte la cuestión de los baños terapéuticos o termales, y centrándonos en las prácticas más rutinarias de la higiene del cuerpo, señalaremos que a fines del siglo XIII había veintiséis baños públicos en París. Eran, también baños de vapor, aunque normalmente se completaban con baños de inmersión en tinas, y a inicios del siglo XVI se los denominaba "baños turcos". Ahora bien, la forma de tomar el baño excluía la característica gradación en tres salas. Tampoco era propio del hammâm el complemento de la inmersión en tinas o en bañeras. Los baños de París parecen combinar la estufa vaporosa con la inmersión. En las regiones germánicas y centrales de Europa se utiliza la estufa seca, consistente en habitaciones muy caldeadas donde se produce la exudación sin presencia del vapor acuoso.

La iconografía más conocida del baño procede, en gran medida, de la pintura y la miniatura gótica italiana y francesa. En estas representaciones se privilegia esencialmente el baño de inmersión, que llega a ser un tema recurrente. Este hecho contrasta notablemente con la práctica ausencia de una iconografía del hammâm en los reinos ibéricos, problema bien advertido por Rubió cuando dice que "escenas de baño, propiamente dichas, son raras de veras en la iconografía medieval hispánica". Una consecuencia derivada de esta falta de iconografía ha sido el empleo de representaciones totalmente ajenas al tipo de baño que se practicaba en las tierras ibéricas durante la Edad Media para ilustrar obras de divulgación referidas precisamente a estas zonas. El factor de la imagen puede haber contribuido, asimismo, a que en muchos estudios se hayan pasado por alto los aspectos fundamentales que diferencian los baños peninsulares, de tradición andalusí, con los usuales en el resto de Europa. Entre ellos, para finalizar, recordaremos: la ausencia de un contenido medicinal o terapéutico en la asistencia al baño público; la forma perfectamente graduada de la práctica balnearia, a través de la articulación funcional de las tres salas; y el especial carácter colectivo del baño público de tipo hammâm que, por la forma de llevarse a cabo, y contra los tópicos al uso, impide que sea un lugar de escarceos sexuales